13 diciembre, 2006

Los Sueños de Yaznäm (Prólogo)

- Puedo ver a un hombre blandir la espada y destruir con ella las montañas… ¿Hay una respuesta a ello, padre? –la joven hechicera había despertado alarmada frente a su sueño, inmediatamente buscó una respuesta con su padre.
- Las guerras se intensifican, los hombres constantemente están hambrientos de sangre. Pero en Môngul la guerra no entrará. Sois pequeña aún, no debes pensar en lo que hay afuera de nuestras fronteras, no ahora.
Al día siguiente la pequeña Yaznäm recurriría nuevamente a su padre para calmar la ansiedad que sus sueños provocaban en ella con mayor insistencia. Zuzpôin era el mago representante de Môngul, la región más bella, quizá, de la Tierra Conocida. Era un mago con muchos años, más que cualquier otro. Él procuraba calmar a su joven hija, Yaznäm, una hechicera adorada por un padre triste que tenía como único consuelo a sus dos hijas tras morir su esposa. Yanĩa y ella lo eran todo para el viejo Zuzpôin.
La historia de su raza la había venido contando desde el nacimiento de Yaznäm a través de sus sueños. Era su don y maldición. Al tener dieciséis años las visiones aparecieron con más frecuencia y comenzaron a mostrarle cosas que muchos ignoraban. Al principio fue un juego para ella, sin embargo, pronto supo que eran algo más, sabía que la paz de los Mänðirlz terminaría. Fue esa imagen lo que la hizo tener miedo. Dos años más tarde observó una espada y un águila, entonces habló:
- …La espada es grande, llena de incrustaciones preciosas, en su hoja lleva grabados algunos caracteres que desconozco. Iba en las garras de un águila de enormes proporciones que ceñía una corona. Y llovía, sin embargo, el brillo de la luna iluminaba todo.
- Hiciste bien al hablar conmigo. Lo que dices al parecer se refiere a una antigua profecía. Tal vez tú… pero hablaremos luego, ahora debo ir inmediatamente al Gremio.

- Tu hija posee los dones de su familia –habló el sabio Meniër-. Al fin y al cabo desciende de los dioses. La Madre Vĩkxu ha sido muy noble con ella. Prepárala, pues debe formar parte en este concilio.
- ¿Es todo lo que debe hacerse? –inquirió Maelûm.
- Todo por ahora, todavía es muy chica. Más atención prestemos a la revelación de la joven.
- Ningún registro en Zount –intervino Zuzpôin- hace referencia al Águila, en cuanto a la espada… La descripción de mi hija dista de la descrita en los pergaminos, aunque es posible que se trate de la misma.
- Si esa espada aparece querrá decir que malos tiempos se acercan.
- Que otra guerra nos envolverá.
- O tal vez… ¡un Kint!
- Eso sería terrible, un Kint no puede ser. Fueron encerrados hace mucho y Kĩrar ha muerto.
- Calma –pidió Meniër al tiempo que se levantaba-, precipitarnos ahora causará más daños que su llegada. Hay que esperar, hay que esperar…

La princesa fue instruida por los mejores hechiceros del Gremio. Pronto fue superior en poder y conocimiento a su hermana. Las viejas leyendas y profecías tenían para ella muchos significados y en cada una de ellas encontraba un motivo para ser mejor.
Su capacidad hizo de ella una mujer orgullosa de sí misma, a veces egoísta, otras arrogante y vanidosa, pero sin importar cuan grandiosa fuera, su carácter llegó a ser tan fuerte que no hubo Mänðirl que no la respetara, además había heredado la belleza de su madre.
Los años fueron pasando sin que nada perturbara la vida de los magos, nada de importancia, pero lo cierto era que poco a poco lo que Yaznäm contara de pequeña comenzaba a ocurrir. Mas una noche sucedió algo fuera de lo normal: en el cielo se vio una estrella fugaz. Al alboroto despertado por el suceso siguieron otras dos estrellas que cayeron con difrencia de horas. Esa noche durmió y a la mañana siguiente el sueño estaba completo:
- Veo brillar una espada tanto como el sol, la espada de un Dios que proclama venganza. El regreso de Tûrar está próximo porque ya la tierra se ha infectado y debe ser sanada. Hoy más que nunca las guerras abundan, pero se acerca ya una que ha de involucrar a los Grandes…
- Ezpäizioroum pelea ahora, hija –dijo Zuzpôin–. ¿Qué otros habrán de luchar que no estén involucrados ya? Tal parece que debieras descansar.
- No, padre. Hay algo más que no veo con claridad, algo proveniente del norte… Venganza, eso veo en mis sueños. Está Tûrar antes de ella y antes de él mucha muerte. No quiero dormir, me atormentan estas pesadillas. Incluso me veo a mí misma y a mi lado veo…
- Tú posees el don de la clarividencia, de ver aquello que no ha sucedido; te encuentras más allá del dominio de aquél que nació primero, pero eso también te ata a la tierra llena de dolor. ¡Si yo pudiera librarte de todo esto!
Mas el hecho de pronunciar el nombre de Tûrar despertó el interés en aquellos que se encontraban presentes. Esa noche los sabios se reunieron a discutir lo que la hechicera dijera a su padre y la noticia corrió por todo Môngul sin dejar rincón alguno libre de semejante nueva.
- Zĩmðarol resguarda bien la puerta –continuó diciendo Zuzpôin–, él será el primero en avisar si algo sucede. Descansa ya, hija, yo siempre estaré aquí a tu lado… sabes que jamás permitiría al mal atacarte, aunque en ello lleve mi vida… Ya es momento de que seas parte del Gremio.
- Pero yo no quiero estar allí, así sólo conseguiré atormentar más mi alma.
- Has sido elegida, Yaznäm. No todos pueden ver lo que tú ves, no todos son tan grandiosos como mi hija.
- No estoy preparada. Ya habrá un tiempo para mí, pero aún está lejano… Siempre has dicho que confíe en mí, te pido que tú también lo hagas y me permitas ser libre. Un día seré yo la que recurra al Gremio, entonces mi destino será completado. Pero ahora debo permanecer aquí, al lado de Yanĩa y mis hermanos hechiceros.
- Tu voluntad es grande, así lo es tu poder. No equivoques tus pasos, sólo eso te pido.

Los Mänðirlz conocían mejor las historias antiguas que los Hombres debido a que éstos últimos dejaron de creer en la magia, en los sueños, en la vida, y sólo se concentraban en luchar entre ellos. Las grandes hazañas no eran más que cuentos imposibles, muy rara vez interesantes para aquella población que gobernaba Môrvel.
Por eso la leyenda de Tûrar les era desconocida, aunque anhelada para los magos que contaban los días de su regreso. Tûrar era, pues, no sólo un antiguo héroe, sino aquél que trajo consigo la estabilidad a los reinos de magos y muchos otros, alguien cuyo conocimiento sobrepasaba al de los más sabios, pues sabio era él, el hijo mismo de los Cuatro Grandes, los Dioses creadores del mundo. Era un guerrero portentoso que juró volver cuando los problemas renacieran en la tierra. Tres veces se dice que volvió, aunque nadie está seguro de ello. Mas los tiempos comenzaban a empeorar nuevamente… no había duda, las palabras de Yaznäm podrían ser ciertas.
Pero la leyenda de Tûrar no sólo cautivaba a los Hechiceros más sabios, sino que dentro del corazón de la princesa se formaba algo que solamente ella conocía y con los días aumentaba. Sus sueños la mostraban al lado de él, eso le provocaba orgullo y a la vez temor, pues en los días antiguos fue Izĩlme quien se encontraba junto al guerrero. Por ello, la hechicera se mantuvo apartada de los ojos de otros para dedicar su tiempo a imaginar aquel regreso, y las consecuencias que éste trajera.
Día tras día la princesa soñaba y los sueños revelaban más de lo que esperaba. Transcurrieron varios años antes de que pudiera sentirse tranquila, antes de que la catástrofe tan esperada comenzara y destruyera aquello construido por los buenos seres. Y cuando todo hubo cambiado y la muerte se acercó a aquellos que la rodeaban ella lloró más que nunca, pero jamás dejó de soñar.
NOTA: Este es el prólogo de El Resurgir de la Noche, título que lleva la obra (en proceso) de este pobre trotamundo que ha ido desde el Nĩðyeim hasta el Nĩfyeim en busca de leyendas, cantos y mitos que hablen de la vida en Mĩvel: El Mundo de la Gota.

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