20 diciembre, 2007

I.I.I MÔRVEL, LA TIERRA CONOCIDA

¿En dónde estaba yo? ¿Qué era entonces? ¿A dónde iba? Y un suspiro de angustia respondía a cada una de estas preguntas que me hacía, soltando las riendas del caballo, que continuaba su camino lentamente.

Ignacio M. Altamirano
Navidad en las montañas




Te veo, hermano, y mis ojos vuelven a llorar. Volteo la vista y la enorme pradera destroza mi alma. Miro al frente y las montañas congelan mis venas al tiempo que cierran el camino que seguimos. Tres meses llevamos avanzando hacia la blancura del norte y el frío absorbe cada milímetro de esperanza que llevamos.

Te miro, mi hermano, como lo hice aquella ocasión cuando nos dirigíamos al mismo lugar que ahora, hace ya tanto tiempo de eso. Salimos de Môngul cuando la primavera se acercaba y cruzamos El Muro seis meses después con las bestias casi a reventar. Entonces comenzó el ascenso y la oscuridad de las cavernas, el inmenso túnel que termina mil metros por encima de Lûnverg; luego hay que descender hasta la ciudad y tomar el primer navío que lleve al norte, siempre al norte, hasta encontrarnos frente al Golfo de Rôzvarg y Närvik, la Ciudad de las Torres. Ese es el rumbo que también llevamos hoy. Y ya he perdido todo sentimiento.

Y cuando la tormenta envuelve el barco y nos vemos obligados a seguir por tierra, ¿qué esperanza tenemos de llegar con vida hasta el Puerto Solitario atravesando los inmensos valles cubiertos por la nieve? Éramos jóvenes en aquel entonces, sin embargo nuestro trayecto fue terrible y casi terminamos sepultados. ¿Será que ahora podamos vencer nuestros temores? Míranos, perdidos en la Inmensidad, donde lo único existente es el Silencio Blanco que se traga mis palabras, mis suspiros, mi firmeza. ¿Quiénes somos? ¿Acaso sombras, fantasmas, o los encargados de salvar a nuestro pueblo? Lo he olvidado todo a causa del mismo viaje, primero por el valle cubierto de sangre, después las montañas terribles y ahora esto, la inmensidad blanca.
Con un poco de memoria puedo hacer a un lado el color del vacío y visualizar los de mi tierra. Puedo ver flores y ríos, y sentir su olor nuevamente, hasta que mis ojos vuelven a llorar porque toda la belleza de Môrvel se ha destruido. Antes el arco iris se encontraba en todas partes, hoy solamente en nuestro sueño; en la vigilia está la oscuridad cubierta por el escarlata de los muertos y la putrefacción.
Debemos seguir avanzando hasta sentir la brisa del mar y escuchar el sonido de las trompetas que anuncian la llegada de la noche. Debemos encontrar el puerto tallado en la roca de la montaña convertida en ciudad, una ciudad rodeada por torres inmensas y un muro tan fuerte que sólo los Kintz podrían derribar. Debemos llegar al monte que sirve de acceso a la urbe, el único por tierra, y luego caminaremos por la calles rumbo al río que cruzaremos por el puente hacia la Isla Caracol, allí veremos el palacio tan bellamente ornamentado y hablaremos con Él. El Rey-emperador de Antägriz, el Nuevo Imperio del Norte.
Nos postraremos a sus pies e imploraremos su ayuda. Le contaremos todo lo que ha pasado desde que Tûrar Naralĩnga abandonara el mundo; le diremos cuál fue su historia y por qué no debe terminar.

Olvidas, hermano, que Él es nieto del Dios y que Vintrëza, su esposa, vive en el mismo palacio; conoce la historia, por lo tanto. Sabe de la guerra y el por qué de nuestra encomienda.
Deja a un lado tus fantasmas y permite a tu caballo continuar, él sabrá a dónde dirigirse pues esta es la tierra de sus ancestros. No pienses más en la muerte porque tarde o temprano nos alcanzará. Cuando estemos frente a Él te diré otra cosa, no ahora, no en medio de la Tierra Blanca. No mientras Môrvel siga con vida y nosotros también… Mejor repítemela a mí, para que mi alma sepa que aun vive.

Te la diré, de aquí hasta alcanzar nuestra meta, para que nuestras almas olviden el frío y se calienten con el fragor de las batallas, pero tú me ayudarás a recordar.
Las llamas se elevaban por encima de los muros, los gritos ensordecían el aire y los golpes de espadas centelleaban cada vez que los guerreros atacaban o defendían. Los campos estaban cubiertos por cadáveres, los pueblos en cenizas, las pocas mujeres solas y los niños huérfanos: cientos de soldados marchaban a combatir. La parte central de Môrvel gritaba su dolor. Así era el ambiente en el año dos mil trescientos cincuenta y seis de nuestra era, nada lejano a los hechos recientes. Se trataba de una época donde todo consistía en luchar por el territorio o para vivir. Ese mismo año regresó la Sombra y el mal provocó aquellos sentimientos negativos que hacen del hombre el más débil y, a su vez, detestable ser de cuantos habitan Mĩvel. Durante largo tiempo el mundo permaneció en calma hasta que la avaricia, la soberbia, la ambición y el odio por los otros doblaron los corazones humanos una vez más. La Sombra los cubrió y su temor emergió no para ceder, sino para tratar de obtener un dominio total sobre ellos.
Fueron esos acontecimientos los causantes de que los Dioses sintieran nostalgia al ver a sus hijos destruirse entre ellos. Por eso llegó al mundo aquél cuya historia ahora es leyenda y cuyas acciones dieron a los mortales la última y más importante de las dádivas con que los Poderosos los obsequiaron, pues ha sido ese regalo un don para todos.

La tierra fue dividida al término de la Guerra de Trichë en gran cantidad de reinos y regiones que poco a poco fueron reagrupándose para formar masas de mayor tamaño con el fin de mantener la paz, sin embargo, muchos reyes permanecieron aislados del resto. Pero el tiempo siempre envuelve el espíritu de los más débiles y ellos terminan por acceder a la voluntad de otros. Entonces las guerras comenzaron hasta que nuevos señores vinieron a poner orden a los hombres.
El orbe era distinto ha como lo es ahora y el suelo poseía nombres tan diferentes a los actuales, aunque uno siempre se ha conservado: Mĩvel le llamamos todos los habitantes al suelo que pisamos, extendido desde las frías regiones boreales hasta los Mares Tormentosos que nos rodean. Mĩvel, como ahora, se dividía en dos partes territorialmente bien delimitadas: al norte la región que conocemos como la Tierra Blanca, donde ahora estamos, y que antes se llamó Nôrmant, la Tierra al Norte de las Montañas, pero no es Nôrmant importante ahora, sino el territorio extendido al sur de aquél: Môrvel, la Tierra Bella o la Tierra Conocida; en el sur lejano, más allá del gran mar, se halla el continente llamado Oraztrôn, la Tierra Desconocida, apartado hace mucho tiempo por los Kintz cuando ocurrió el Gran Cataclismo.
Môrvel, como bien sabemos, está separada de Nôrmant al norte por una enorme cadena montañosa, la más grande de Mĩvel, que se prolonga a lo largo de mil trescientas sesenta leguas de este a oeste. Esta cordillera recibió antiguamente varios nombres entre los que figuran El Gran Muro, La Muralla Blanca, La Pared de Hielo, Izl-zhak, pero el más común de todos ellos, y aquel que ha sobrevivido al paso de los años es Las Montañas del Hielo Eterno, debido a que durante todo el año la nieve las cubre casi en su totalidad. Al sur de ellas la tierra fue dividida por los humanos en cuatro partes que a su vez se subdividieron en regiones: la parte oriental, la central, la occidental y la sur.
Las Tierras Orientales eran gobernadas por Enanos y dragones, las Tierras Occidentales las habitaban los Hijos de Vĩkxu, el sur correspondía a los pueblos salvajes e incivilizados, en cambio, la parte central correspondía al dominio del Hombre y, por lo tanto, se había diferenciado mucho de las otras en varios aspectos: la magia había dejado de existir allí, salvo en los casos de aquellos reyes y emperadores que tenían por consejero a un Mänðirl; los Dragones que, después de la Guerra de Trichë se escondieron en lo profundo de las montañas de Tierras Lejanas y, en la mayoría de los casos, olvidadas –excepto por los que se encontraban en las Montañas Dëgrer y Mĩrtar-, no significaron amenaza alguna para los Hombres; los Kärtoz, reducidos en número, se arrinconaron en cavernas y sembraron terror únicamente en sus alrededores, pero nunca más allá de sus fronteras; las ciudades albergaron grandes masas de personas y ningún sitio hubo que no tuviera asentamiento humano; aparte de los Kärtoz, sólo Hombres habitaban allí, ni los hijos de Vĩkxu ni ningún otro descendiente de los Cuatro Grandes. Por eso su progreso fue diferente y veloz, por eso olvidaron las leyendas y mitos que hablaban de los tiempos antiguos cuando todavía caminaban por la tierra los Kintz. Habían relegado todo aquello, lo único presente en su memoria fue la Guerra de Trichë debido a su fuerza, así como a su participación en ella, pero era de una época bastante alejada para sus cortas vidas.
Tres fueron las regiones de la parte central: Kuärez al norte, Ezpäizioroum al centro, y Nemëtria al sur. Ätor era un imperio que no se incluía en ninguno de los tres a pesar de pertenecer a ese territorio.
Olvidados ya los antiguos tiempos, los Hombres se dedicaban a hacerse la guerra unos a otros para poseer un dominio sobre el resto, pero este dominio no sólo era territorial, sino también monetario, es decir, por medio del comercio. Creían que la riqueza los hacía mejores y pronto despreciaron todo lo que no fuera dinero y poder. Incluso despreciaron a las demás razas y se creyeron los mejores. ¡Pero el orgullo infundado nada bueno trae! Por ello Tûrar volvió a nacer en Mĩvel: para corregir lo que lo humanos corrompieron y para traernos ese obsequio que tanto agradecemos.

En Graläria, una ciudad de Kuärez, entró un joven de gran tamaño, más alto que todos los hombres, acompañado de una mujer poco común, su naturaleza era extraña a los humanos, de hecho ninguno de los dos lo eran. El primero pertenecía a una raza muy antigua y desmemoriada a los hombres, Lûnvoz, los de Mente Fuerte, solía llamárseles en lengua monguleana. Ella, en cambio, era de una especie poco conocida entre los habitantes de Môrvel, salvo aquellos que descienden de Vîkxu y Altërian: Kliänðoz, los Hijos de las Flores, les decían. Sin embargo, el caballero parecía humano salvo por la altura, pues aquellos seres superaban en altitud a todo hombre.
Graläria se consideraba la ciudad más septentrional de todas, pues casi colindaba con los montes Kluak. No era muy grande, poseía un clima difícil, más durante los inviernos, sin embargo, las minas en las montañas hacían que la gente todavía habitara allí. Las calles parecían ríos congelados por lo resbaladizo del terreno –sobre todo en aquella fecha cuando ya la nieve se acercaba una vez más-, y lo mal trazadas que estaban. Las casas tenían unos cuantos metros de altura, en su mayoría no sobrepasaban los tres pisos, un gran número de ellas con la madera bastante maltrecha y sin renovar, lo que daba el aspecto de un lugar antiguo. Muchos de sus habitantes dejaron de preocuparse por su aspecto y sólo vivían para excavar más profundo, poseer más metales y piedras preciosas, así que muchos de los que llegaran a la ciudad se maravillaban al verlos vestidos con jirones y harapos, y aquellos más vanidosos con ropa completa, aunque sucia. Ni las mujeres se preocupaban tanto en el aseo de sí mismas.
He aquí que la gente se sorprendió al ver avanzar a los dos personajes por esas calles cargados de cuchillas y un par de largas espadas, montados en un unicornio uno y un bello alazán la otra, además de unas gastadas ropas que más bien parecían harapos, aunque eso no les importó demasiado acostumbrados como estaban a su aspecto diario. Era difícil saber de donde provenían, pero a juzgar por sus vestiduras, si aquello podía ser ropa, parecían llegar de Äiront, o algún parte cercana a esa región. Al rato dejaron sus monturas en una caballeriza y continuaron a pie. Andaban a paso lento y cansado, pero suficiente para penetrar a una posada y ponerse a salvo de las miradas de la gente, mas no de los que allí dentro había. Buscaron una mesa en el rincón más apartado, allí permanecieron en silencio largo tiempo.
Al rato, el posadero, que se encontraba ocupado a su llegada, tan pronto los vio se acercó a ellos con un par de bebidas, una charola con panes y la mejor de sus sonrisas.
- Así que el gran hombre por fin ha vuelto después de largos años –dijo-. Es un gusto tenerte otra vez por aquí. Hacía mucho que creí no volver a verte, amigo. Vamos, prueben esto, es lo mejor que tengo ahora y me parece que les hace falta… a juzgar por su aspecto cualquiera diría que vienen de combatir.
- Eso es una pena –dijo la mujer-. Tan mal estamos y no hemos vertido ni una gota de sangre desde hace mucho.
- Mucho hay que deban contarme, pues me parece que grandes aventuras debieron ocurrirles mientras estuvieron lejos… ¿A dónde han ido, por cierto?
- Al sur, al este, hemos estado en todas partes, Glûfçe.
- ¿Y por qué han vuelto a esta ciudad si tantos lugares bellos existen en el Lejano Sur?
- Seguimos el Camino Fronterizo –habló por fin el hombre-, aunque no la parte del centro. Lo abandonamos al llegar al Numôn y proseguimos hasta Äiront, entonces decidimos volver, pero es hora de viajar otra vez. Necesitábamos provisiones y Graläria era la ciudad más cercana a nuestra posición.
- Es una lástima que no permanezcan más tiempo. Pronto habrá celebraciones por toda la región: Kuärez ha tenido una victoria contra Ezpäizioroum. Al parecer Ĩretor será anexada.
- Sí, es una lástima. Pero no quiero retrazar mucho mis planes.
Kuärez y Ezpäizioroum, las eternas naciones en conflicto, la una grande, poderosa, la otra subdividida, atrasada. El plan de los compañeros era recorrer todo el mundo buscando aventuras hasta el final, o al menos lo era para ella. El caballero andante, tan poco común para esa época, no necesitaba aventuras, él mismo era una, pero algo en su interior lo obligaba a recorrer aquella parte del orbe en busca de una señal que no se presentaba.
Permanecieron junto a Glûfçe mientras se reponían, pues el trayecto que siguieron no era nada sencillo. Aprovecharon esa ocasión para contarle cada una de sus aventuras, o al menos las que podían ser contadas. Después, llenos con un gran cargamento se alejaron de la posada con un nuevo aire, pero no por ello dejaron de llamar la atención de los lugareños.
- ¿Esta vez a donde irán?
- A Ezpäizioroum, no importa que haya guerra, eso es parte de nosotros –aclaró la mujer.
- Será mejor que tomen el camino de Chaûchzi, no habrá tanto problema.
- Descuida, sabemos cuidarnos.
- Adiós, amigos, procuren no tardar tanto esta vez –Glûfçe agitaba la mano con intensidad mientras sus amigos se alejaban al trote de sus monturas. Esa fue la última vez que los vio, pero no la última que supo de ellos, más bien, si las aventuras que le narraran le sorprendieron, mayor fue su admiración al conocer los acontecimientos en los que pronto se involucrarían.
Äkteorn miró atrás cuando ya la ciudad se encontraba lejana, mientras avanzaba sus pensamientos se volvieron hacia el norte, más allá de las montañas que tenía a su espalda. Miró a Mëtzahu, ella sonreía pues iniciaba una nueva aventura, pero él permanecía serio, pensativo. ¿Qué hacía dirigiéndose una vez más al sur? ¿Acaso nunca llegaría el momento de descansar? Su corazón estaba exhausto por todo aquello que ya había padecido, no imaginaba cuándo terminaría la misión que le fue encomendada. Era un hombre bastante serio, aunque no por ello su rostro dejaba de mostrar la angustia que sentía cada vez que se preguntaba lo mismo.
Palmeó a Tärio en el cuello y lo instó a continuar adelante siguiendo a la Kliänða que ya los aventajaba por un tramo sin percatarse de su retraso.

11 noviembre, 2007

EL ORIGEN

Nêktôkk el Maldito, asesinó a su hermano mayor y trató de apoderarse de sus padres. Pero Yælkz no permitió que se efectuara el crimen y derrotó a su hijo con su propia espada, la más poderosa de todas, Känðurl, Dolor. Y lo desterró de su hogar.
Con el llanto de la pérdida de su hijo y a petición de su esposa e hijo, creó el mundo dentro de las lágrimas derramadas formandolas en una gran gota. Después se retiró para cuidar de su agonizante esposa.

Tres fueron los mundos creados por Lëyalk y Yælkz, los Padres Universales: El primero lo ubicaron en medio de un mar de magma y allí habitaron todos los poderosos descendientes de Fülkarp, Señor del Fuego; ese es el Nífheim, el Mundo Inferior. El segundo lo crearon con el cuerpo de su hijo asesinado: Onfixh, El Pez; este es el Rozënheim, el Mundo Medio y allí habitaron los descendientes de Akíx, la Señora de la Tierra. El Tercero fue colocado en el mar de éter y lo dieron a Närahal, Señor de las Aguas, para que los habitara con los suyos; a este lo llamaron Mídhiem, el Mundo Superior. Las lluvias que caían del Mídheim y el calor que se elevaba desde el Nífheim hicieron que el Mundo Medio se Templara y fuera ideal para la reproducción de los hijos de los dioses.
Níal, Señor de los Vientos, decidió vagar libre por los tres mundos con su descendencia y por eso no le crearon un cuarto mundo.

De las primeras naciones (HISTORIA DE MÍVEL)

La simpleza de los pueblos nómadas fue siempre la característica principal de ellos, hasta que dejaron su condición y se ubicaron en poblados junto a montañas, ríos y lagos. El primer pueblo que se estableció fueron los Lûnvoz, porque la hermosa Eítal los amaba demasiado como para dejarlos vagar en un mundo tan hostil. Por eso los llamó a su lado y les dio hogar en la noble Zarävia, la Ciudad Blanca, y allí les enseñó todo cuanto fue posible.
Su ejemplo fue seguido por otros poderosos y cada una de las Grandes Ciudades albergó a un pueblo diferente. Pero eran tantas las razas y algunas tan numerosas que era imposible dar cobijo a tadas. Eso nos decepcionó mucho.
Pero los Lûnvoz mostraro su nobleza saliendo de sus casas para enseñar sus conocimientos a sus parientes y pococ a poco cada especie fue creando sus propios lugares. Fue entonces cuando aprendieron la prtección de las montañas, la ventaja de los lagos y la aportación de los ríos; algunos más se ubicaron en lo profundo de los bosques y no salieron de allí por muchos años.
En el norte, en Utumia, La Ciudad Negra, los pobladores se reproducieron tan rápido que pronto crearon nuevas ciudades a su alrederon y forjaron la primera nación de Mível. Su ejemplo fue seguido porÄtlaz y Zarävia. Únicamente Gôlverg continuó siendo independiente puesto que su ubicación el lo más alejado del mundo no favoreció su avance.
Entonces ocurrió ocurrió que la guerra volvió a nuesto hogar. Los extensos territorios del norte quedaron separados de los del sur y la comunicación se perdió hasta que volvió la paz. Pero sería una paz efímera.
Como las razas se había multiplicado y creado naciones independientes de los poderosos, los Kintz se molestaron y lanzaron el nuevo ataque. Esta vez, la guerra nos involuróa a todos, inclusoa a quellos que permanecían en los confines del mundo. Ese sería el inicio de la más grande tragedia de nuetro hogar: la Batalla sin Perdón.

22 septiembre, 2007

EL PASO DE LAS ERAS (Fragmento)

¡Que el cielo me proteja y me libre de todo mal!
¡Que la noche con sus lunas me oculte del enemigo!

Bajen los soldados a combatir en la tierra
mientras los hijos mortales se esconden.
Vengan las armas del valiente a hacer frente,
vengan y cacen a la presa terrible.
Caiga sobre Ellos la furia de Tûrar,
sean vengados los muertos inocentes.

¡Que la Tierra borre nuestras huellas mientras huimos!
¡Que la arena perfore sus pulmones hasta hacerlos morir!

Veinte los años de perdida presencia.
Las cosechas repletas de peste.
Los Hijos del Caos han venido,
su fuerza a todos destruye.
Uno a uno desaparecen los pueblos,
uno a uno los absorben para sí.
La muerte no tiene final donde principia su sed.

¡Que el fuego divino me de sepultura!
¡Que la llama bendiga mi olvidado cadáver!

Notoria la pérdida de guerreros.
Escasa la población de las urbes.
Dos las ciudades sepultadas:
una por mar, otra por nieve.
No hay refugio en la faz de Mível.
Vayan las almas a alimentar el Mídheim.

¡Que el agua sacie la sed de venganza!
¡Que sean los mares orgullo de nuestra nación!

Poderosos los seres del mar,
navegantes venidos de la hundida Ätlaz.
Mil ejércitos serán encontrados
cuando la sangre del dios sea derramada;
su espada no tendrá piedad.
Vencidos y vencedores combatirán de nuevo:
la horas no tienen final.

El alba trae la muerte y el caos,
el crepúsculo la esperanza.

15 abril, 2007

El Golfo de Rôzvarg

Y con su mano levantó el yunque para desafiar a sus enemigos, con la otra asió su bandera y la dejó ondear. Pero estaba solo porque sus compañeros habían perecido el día anterior y su enemigo se contaba por millares. Subió a la última de las Montañas Ovëru, las Montañas de Acero, con furi a en los ojos. Entonces lanzó un grito: su desafío de guerra que indicaba al adversario que faltaba uno por vencer, e invitándolos a combatir.

Del campamento ubicado al norte vinieron las notas y redobles de trompetas y gumgz aceptando el desafía. Los soldados despertaron, vistieron sus ropas, ciñeron sus armas, se formaron y avanzaron confiadamente hacia su oponente. Brillaban con la luz de Avôp, parecía un ejército de llamas. La tranquilidad en sus ojos fue rota por el clamor de Rôzvorg y el juramento lanzado: ningún Rĩltzu quedaría en pie para la noche. Respondieron el grito, levantaon sus armas, prdieron la formación y se lanzaron al combate como si fueran una manda de bestias.

El primero en alcanzar la cima murió de un golpe, elsiguiente pereció igual, el tercero fue más torpe y tropezó, pero había más, muchos más que ascendían por la montaña, y aún otros que esperaban en terreno llano. Entonces Rôzvarg clavó el asta en el suelo, oró a los Dioses Menores y con las dos manos sujetó el yunque, en seguifa comenzó a golpear el suelo rocoso con toda su fuerza. Nada sucedió al principio, pero al sexto golpe la montaña se estremeció, luego las rocas comenzaron a desprenderse. Los Rĩltzuz del frente recibieron la creciente avalancha de nieve, roca y lodo proveniente de la cima.

El ejército emprendió la retirada y descendió tan rápido como pudo, para entonces ya muchos era los cuerpos destrozados que se perdieron en la profundidad del mundo. Pero Rôzvarg no cesó allí, había prometido la muerte de todos y lo cumpliría. Cambió su posición y continuó golpeando desde otro ángulo. Caía la roca y la tierra temblaba. Las aves volaron espantadas y las bestias terrestes huyeron. Entonces el suelo se agrietó junto a la montña y la fisura contunió hasta la cosata, luego se fue agrandando y hectárea enteres se hundieron permitiendo al agua penetrar en ella.

Cuando el gigante paró de golpear más de media montaña había desaparecido bajo la tierra y por los derrumbes, miró hacia el norte y frentea él no había ya un ejército, nisiquiera tierra, sino un mar inmenso que lo cubría todo. Y así, antes del anochecer, el juramnto estaba cumplido. Satisfecho de su cometido levantó un túmulo al lado de la montaña para recordar a sus compañeros y al terminar se tiró tal cual era de largo sobre él y expiró con una sonrisa en sus labios.

21 enero, 2007

EL BOSQUE DE ESPADAS (2)

El día noveno de la Tercer Luna Llena, los Atlzianos sobrevivientes se instalaron en la Isla Solitaria, que se encuentra en la parte nordeste de Mível, allí fundaron su ciudad e iniciaron una vida en secreto. Por años permanecieron ocultos, pero fue durante los Años de la Peste cuando grupos de Lûmvoz dieron con ellos mientras recorrían el norte en busca de tierras nuevas.
El comercio entre ambos pueblos aumentó, y con él las relaciones volvieron a cerrarse entre la naciones hermanas, sólo que esta vez se les unieron los Märalz.
Pero la crueldad de los Kintz es implacable y su odio se arraigó en los corazones de sus descendientes aún cuando ellos permanecían encerrados, por eso las guerras llegaron hasta la casi olvidada Utûm, única ciudad superviviente despues del gran Cataclismo. Los soldados de Utûm viajaron a Kritôl y viceversa en ayuda mutua, mas la peste y el enemigo causaban estragos cada vez más grandes.
La fuerza de Líntropz aumentó y las heridas entre los pueblos renacieron. Rïltzuz y Líntropz penetraron los territorios lumvonianos e hirieron gravemente a sus habitantes. El Bosque Negro, hasta entonces con escazas espadas en sus ramas, pronto vio el río de muertos que habría de tener la raza de los Fuertes de Mente. Las espadas aumentaron y la sombra se acercó a él.
Fue entonces cuando se supo de Kírar, pues él con su poder intentó liberar a sus hermanos, pero los Dioses Menores se lo impidieron y huyó hacia Gôlverg pero en el camino dobló al este y despistó a su perseguidores. Cuando llegó por fin al Bosque Negro, maldijo el lugar para que las almas de los muertos fueran suyas y le sirvieran. Así el bosque cobró "vida" propia y asechó a los utumitas. Eso hizo que se retiraran de la guerra del sur y del contacto con los atlazianos.
Por años se las arreglaron para sobrevivir aislados, pero con el paso del tiempo el bosque los rodeó y ya nada pudieron hacer. Muchos tomaron sus embarcaciones y zarparon para no volver, los pocos que se quedaron sucumbieron ante el ataque continuo de las almas. Y el lugar fue rebautizado como Bosque de Espadas y al fin Utüm, la negra, desapareció tragado por los árboles y el lugar se volvió uno de los peores sitios de Mível.
Diario de Zuzpôin
Escrito el 19 de Primer Luna Muerta, según el cómputo de los Lûmvoz, del año 2958 de la Tercera Edad del Sol Amarillo.