Yaznäm, nada es un rey sin tu aprecio,
nada si tus labios callan;
un rey no tiene valor si no eres tú su reina.
Bella princesa, luz de Môngul,
la más noble de las hechiceras,
elegiste un caballero condenado a muerte,
convertiste un cristal en llamas,
no dejes morir tu fuego.
Yaznäm, ¿quién puede vivir sin ti?
¿Quién no ha muerto al buscar tu amor?
El infierno es más calmado que tus ojos…
Los Dioses observan a su hija,
no dejes sus lágrimas correr.
Ya Îrlazt en el barco duerme,
ya su cuerpo viajará al mar.
No abandones este mundo,
no le prives de tus finos miembros.
Peor castigo no existe que tu fin.
Yaznäm, ¡salvaste a tus hermanos!
Ni el Dragón quiso dañar tu piel:
murió perdido en tu belleza.
Deja ya tus negras lágrimas,
¿a qué condenar tu alma por un ser
alejado ya del mortal hombre?
Zuzpôin, tu padre, yace en lo profundo,
¡¿habrás de ir allá tú también?!
Hermosa dama, no nos dejes así,
lleno el espíritu de dolor.
Yaznäm preciosa, lindísima mujer,
tu trono está vacío,
tu mano ensangrentada,
tu reino no has perdido…
¿Quién ocupará tu lugar?
¿Quién si no fue Îrlazt
habrá de gobernar el mundo?
Yaznäm, divina entre los dioses,
tú eres Môngul y Môngul tú.
No fallezcas ahora, ¡Oh, la más sensual!
No te vayas… Yaznäm.
1 comentario:
¡me encanta este poema! se nota que hay vena, hay inspiración. Felicidades
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